Artículo publicado por Lara Otero en EL PAIS el 7 de junio de 2012
Se veía un país “confundido y feliz”. España trataba de sacudirse su
polvoriento pasado desde un Madrid que perseguía febrilmente la modernidad con
la movida. Víctor Manuel San José miraba fascinado
elPirulí, el castizo mote que los madrileños le
sacaron a Torrespaña, desde la casa de unos amigos en Fuente del Berro. “Nos
parecía un platillo volante, nadie sabía lo que había dentro”, recuerda el
compositor y cantante asturiano. Era otoño de 1982, el PSOE de Felipe González
acababa de ganar las elecciones tras un Mundial de fútbol (catastrófico para la
selección española) que sirvió de excusa para que RTVE se embarcase en la
construcción del edifico más alto de Madrid: 220 metros incluida la antena.
Costó 3.500 millones de pesetas (unos 22 millones de euros). Ahora, 30 años
después, el país se ve “igual de confundido, pero desde luego, nada feliz”.
Víctor Manuel escribió Desde el Pirulí se ve un país unos meses después de
que los Reyes inaugurasen la torre de comunicaciones junto a la M-30, el 7 de
junio de 1982. Los centros de enlaces de Prado del Rey y Paseo de la Habana no
garantizaban transmisiones de calidad de modo que se encargó un edificio que
proporcionase la visibilidad radioeléctrica necesaria para retransmitir al
resto del planeta los partidos del año de Naranjito, aquella mascota kitsch del
Mundial. Y de paso, gracias al Pirulí, los barrios de Madrid que quedaban en
zonas de sombra pudieron ver la tele sin problemas.
La noche del 18 de mayo de ese año, aprovechando la interrupción nocturna
de las emisiones de la única televisión existente (los dos canales de
Televisión Española) durante seis horas, comenzó a prestar servicio el centro
nodal de comunicaciones. Luego vinieron las radios y las televisiones privadas,
la telefonía móvil, el apagón analógico … Ahora el Pirulí da cobertura a todo
el área metropolitana de Madrid, difunde la señal de nueve múltiplex de TDT (en
total 43 canales), 15 programas de radio analógica más tres múltiplex de radio
digital (12 canales).
Además presta servicios a operadores de telecomunicaciones, tanto vía
satélite como terrestre (British Telecom, Ono, Orange) aunque, paradojas de la
vida, ahí arriba la cobertura de los teléfonos es bastante mala. “Es que las
antenas apuntan hacia abajo, que es donde normalmente está la gente”, explica
con sorna el director de Torrespaña, Roque Moreno, desde la plataforma a 160
metros de altura. Calma chicha a nivel del suelo pero aquí hace mucho viento,
así que nadie sale a fumar mientras contempla Madrid a sus pies y la sierra de
Guadarrama enjaulada tras las cuatro torres de la Castellana, una de ellas
ahora la construcción más alta de la ciudad. La cosa se pone fea cuando de
verdad sopla. Unos meses después de la inauguración del Pirulí, con Mick Jagger devolviendo cierta neutralidad a la bandera rojigualda en
el Vicente Calderón, la memorable tormenta durante el concierto de los Rolling
Stones encendió la alarma. Aquello se movía. Mucho. “Durante mucho tiempo
tenían un péndulo” en el centro de control para comprobar la oscilación: casi
medio metro, explica Moreno.
Cuando se inauguró el Pirulí, él acababa de terminar los estudios de
ingeniería de telecomunicaciones. Su carrera ha ido pareja a la historia de la
torre: pasó de RTVE a Retevisión (en 1989, también empresa pública) y en 2003 a
Abertis Telecom, su actual propietaria. Él y otras 19 personas trabajan para no
ser noticia: “Si pasamos desapercibidos es que todo va bien”. Cuando algo falla
se entera de inmediato toda la ciudad. El incidente más importante, un incendio
en agosto de 2002, que tuvo a los madrileños tres dramáticas horas sin
televisión.
Lo que no pasó desapercibida fue la construcción de la torre. Los
madrileños veían cómo en solo 12 meses se levantaba un fuste de hormigón. Su
arquitecto, Emilio Fernández Martínez de Velasco, recordaba años después que levantar su “obelisco funcional” estuvo “chupado”. Desde
entonces, Torrespaña marca un hito en el skyline de la ciudad. “El Pirulí era
un símbolo de la España que quería ser; dibujó un nuevo paisaje urbano,
imponente”, comenta Víctor Manuel. Los arquitectos valoran más su significado
que su diseño. “Hizo visibles los procesos invisibles, fue la imagen simbólica
y cotidiana de la creciente importancia de los medios de comunicación a
distancia”, dice Andrés Jaque, que contrapone la falta de diseño del Pirulí con
la “brillante” arquitectura de la torre de comunicaciones de Collserola de
Norman Foster en Barcelona. “son mucho más bonitas las antenas y equipos que la
han ido coronando que la torre en sí misma”. “No es la torre Eiffel”, bromea el
catedrático Juan Miguel Hernández León, que pese a que no le concede relevancia
arquitectónica le reconoce el valor de icono. “Es un artefacto como tantos
otros”, opina pero ayuda “a interpretar la ciudad”. Sin embargo Hernández no
recuerda que hubiese polémica alrededor del Pirulí. “Quizá por su ubicación
junto a la M-30 que no tenía la centralidad que tiene ahora”.
El icono de ese Madrid ochentero víctima de las hombreras y el caballo dio
para algunas otras inspiraciones. Los Refrescos lo colocaron al nivel del oso y
el madroño o la Cibeles para denunciar la falta de playa en la
capital (1989), Joaquín Sabina lo usó para reclamar transparencia e imaginación
(1984), Fernando García Tola le escribía al Querido Pirulísu propio programa de
televisión (1988) y Pedro Almodóvar lo sacaba en Mujeres al
borde de un ataque de nervios (1988). Pasada esa década ilusionada en la que el
país, en descripción de Víctor Manuel, andaba “descubriendo cómo es, aunque sepa muy bien lo que no quiere ser” llegaron la del desencanto, la del boom económico y la de la crisis. “Ahora
ya sabemos lo que somos, pero no nos gusta lo que vemos cuando nos miramos”,
remata el cantante.
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