Artículo publicado por M. José Diáz de Tuesta en EL PAIS el 9 de junio de 2012.
Woody Allen baja de visita al infierno y un guía le va mostrando cómo es la vida allí abajo. En un momento dado el visitante se cruza con un individuo apesadumbrado al que le pregunta por qué está allí. Y su respuesta fue: “Porque soy el inventor de los muebles de metacrilato”. Esta salida que hizo fortuna (Desmontando aHarry) quizás haya que ponerla en cuarentena. No es que esté tan claro que el kitsch vuelva a nuestras vidas, si es que alguna vez se fue. Pero sí hay indicios de que estamos ante un cierto revival. Ya se sabe, el eterno retorno, en el que la crisis según alguna teoría no es del todo ajena. Con el sugerente título ¿Lo kitsch es bello?, los museos Romántico y Cerralbo han organizado un ciclo de actividades (14 de junio en el Cerralbo y 13, 20 y 27 en el del Romanticismo) en el que a través de sus piezas se analizan los orígenes de este estilo, que para unos es como nombrar (efectivamente) al demonio, hortera y friqui. Para otros tiene el valor de lo auténtico. Lo que sí queda claro es que este arte excesivo es una reacción al menos es másdel minimalismo triunfante durante tres décadas.
La profesora de Estilos en la Escuela Madrileña de Decoración,
Cristina Rodríguez Goitia, encargada de los recorridos en el Museo Cerralbo,
opina que el kitsch mantiene plena vigencia.
“Todos tenemos nuestro corazoncito kitsch, en el vestuario o en la
decoración”, apunta de antemano. “Es el todo vale. Un estilo muy recargado en
todo, sin armonía, con colores estridentes, materiales sintéticos, mezcla de
estampados y uno muy utilizado ahora, el animal print. También es el gusto
por el horror vacui, no dejar huecos sin
llenar”. Hemos pedido a arquitectos y diseñadores que elijan un edificio de
Madrid que responda a este estilo que a nadie deja indiferente desde que surgió,
en el XIX, cuando la pequeña burguesía sin posibles se empeñó en imitar los
gustos de la alta burguesía abaratando los costes.
La Casa de la Vieja: el
rico imitando al pobre
Esta especie de cabaña, que se encuentra en el parque del Capricho, la
mandó construir la duquesa de Osuna para tener una casa de pobre en su fastuoso
jardín siguiendo una moda que inauguró María Antonieta en Versalles. “Con
grandes excesos, es precisamente la imitación de la sencillez donde está lo kitsch. Es una visión de cómo los ricos imitan el modo de vida de los pobres. La
duquesa repite pormenorizadamente todos los detalles, desde falsas rocas hasta
una huerta que cultivaban primorosamente jardineros franceses. Como una aldea”,
cuenta Izaskun Chinchilla. La arquitecta, firme defensora de lo kitsch, encuentra en este estilo algo de femenino. “La casita
intenta ser cutre y en ese cariño por la imperfección hay una pauta femenina
que ha sido muy castigada en la arquitectura oficial, frente a lo masculino que
intenta conseguir una visión canónica”. Critica que este estilo cuyo manierismo
visual “no es nada sencillo de lograr”, esté absolutamente infravalorado. “Y
sin embargo, esos restaurantes tan blancos que han surgido en Chueca y que
intentan vendernos como algo sencillo, es muy artificial. Esos espacios
blancos, industriales y de otra época, requieren artificializar mucho las
cosas, lo cual es un componente kitsch”. Entre las virtudes de
este estilo reivindica que prolongue la esencia barroca, “que es la celebración
de la vida en el arte”.
Sede de la SGAE: una
tarta manchega
El palacio Longoria, la sede de la SGAE, en Fernando VI, del arquitecto
José Grasés Riera, por encargo del financiero Javier González Longoria, es “el
colmo de la apariencia” para el director artístico de cine Antxón Gómez. “Es
pura decoración, puro maquillaje. Se le ha asociado al modernismo, pero es la
parte más frívola del modernismo que tiene cosas más profundas que tienen que
ver con la arquitectura”. Para él, este edificio se queda en la decoración, “es
como una tarta vienesa. La reproducción más burda de algo mejor”. Aun así, el
director artístico no lo derribaría. “Soy partidario de conservar casi todo.
Los que nos dedicamos al cine siempre buscamos vestigios del pasado y es
sorprendente lo poco que conservamos. En España hay obsesión por borrar las
huellas del pasado y es una equivocación”.
Edificio España: un
rascacielos manchego
Este edificio levantado por los hermanos Otamendi en 1953, que predomina en
la plaza de España, fue ensalzado dentro de la retórica del franquismo como el
más alto de España y Europa. Sin embargo, el arquitecto Luis Fernández Galiano
opina que es como una caricatura. “Es el más camp y el más feo de los
edificios de Madrid, un neobarroco hecho con poquísimo acierto”, critica sin
concesiones, “pero con el que tenemos una relación sentimental”. Ahí radica su
concepción de lo kitsch:algo pasado de moda, de
mal gusto, un concepto elusivo, casi oximorónico como de amor odio, “pero que
casi en contra de nuestro juicio intelectual lo amamos”. Este rascacielos,
continúa, no llega a ser un Eurobuilding neoyorquino, “es pomposo, con ese
esfuerzo por evocar la gran arquitectura americana, pero revestida de un ropaje
historicista inapropiado. Tiene una condición casi rural, resulta un híbrido
atroz, un rascacielos manchego”.
Palacio de Cibeles:
pasado de rosca
A Teresa Sapey siempre le chocó ese edificio de Antonio Palacios, tan
teatral y fuera de contexto: “Es como un neomodernismo entre catalán y de Otto
Wagner, único, y en Madrid no pega. Es tan grande, tan mazacote que tiene algo
de tarta de cumpleaños. Es verdad que puede tener algo de mal gusto, pero yo
más diría fuera de escala”. La arquitecta es una entusiasta de lo kitsch, “por su personalidad, porque cuenta una historia, por
su punto divertido, por lo irónico y porque tiene algo de elegante, chic and cheap”. En el campo de la
arquitectura no duda un instante en señalar a Santiago Calatrava como el rey
absoluto del kitsch con su Ciudad de las
Artes y las Ciencias en Valencia. “Es algo disney, hollywoodiano, no se
sabe si son uñas de dinosaurio o tornillos macroscópicos”, señala. Por eso,
deduce que la arquitectura kitsch nunca es discreta.
“Siempre está pasada de rosca”.
Centro Comercial Plaza
Norte 2: como cementerios
El diseñador Carlos Díez dice que para él lo kitsch es algo hortera, feo. Y
en este apartado incluye a todos los centros comerciales del mundo “Son el summum de lo hortera y me parecen un poco como cementerios”,
apunta. A esta exageradísima construcción del siglo XXI, cuya gran cúpula
sobresale en el extrarradio madrileño, no le ve ningún encanto. “No le
encuentro nada positivo, con ese abigarramiento, me aturde y cómo la gente
compra. No solo es una cuestión estética, sino también algo ético”.
Florida Park: cuestión
de carácter
El bloguero y arquitecto Edgar González dice que el kitsch que de verdad es hermoso es porque tiene autenticidad
y carácter, algo muy difícil de crear. “Y en esta pequeña sala de fiestas en el
Retiro más que por fuera, que no es nada, es su atmósfera. Tiene que ver con lo
auténtico, no quiere ser una cosa que no es, no tiene más aspiración”. En este
sentido, cita como ejemplo “forzado”, que pretende serlo, el restaurante
Ramses, de Philippe Starck, en la plaza de la Independencia: “Quiere serkitsch y por eso lo pierde”. La vuelta a este
estilo, afirma, quizás tenga que ver con la nostalgia. “El futuro en el kitsch no existe, siempre mira atrás. Y trasladándolo a la
actualidad me habla un poco de esa falta de referencias, estamos tan perdidos
que buscamos en otras épocas”.
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